viernes, 27 de septiembre de 2019

ESTAS COSAS PASABAN EN… LA ANTIGUA ROMA


Roma, en la antigüedad, era  una ciudad bullanguera, ruidosa y bastante indisciplinada  en cuestión de circulación de vehículos a pesar de ser un dechado de organización administrativa. Sus calles (angiportus)  no habían sido diseñadas para aquel tráfico. Se llegó a restringir la circulación de carros a determinadas horas del día.

En las calles había tiendas y talleres  de herreros, carpinteros, barberos, zapateros, laneros, peinadoras, bataneros, carniceros, tintoreros, etc., que no dudaban en reclamar la atención de los paseantes de la manera más ruidosa e incluso incómoda para la circulación. A los carpinteros se les permitía sacar a la calle sus  ruedas y los  bataneros sus vestidos, pero debían colocarlos de modo que no impidieran el   tránsito de los  vehículos. Las autoridades romanas hacia grandes esfuerzos para mantener la libertad de circulación de peatones y vehículos. Llegó a disponer de un cuerpo de policía de la vía pública. Para los romanos era muy importante la libertad de movimiento.

Roma tuvo un  servicio oficial de correos (cursus públicus) muy eficiente bajo las ordenes de un director general (praefectus etriculorum) a cuyas órdenes estaban los jefes de distrito (manceps). Por otro lado, las empresas y grandes señores disponían de correos privados. Cuando el destinatario vivía en la ciudad se utilizaba un recadero (tabellarius). Eran como los carteros en nuestras ciudades.

En la actualidad todas las ciudades, incluso los núcleos de población pequeños, disponen de un nomenclátor de calles. En un primer nivel, el nomenclátor sirve para orientar geográficamente a los ciudadanos en la urbe y para facilitar el intercambio comercial y personal. Los nombres de las calles, junto a los números de los edificios, permiten ordenar la ciudad e identificar los lugares según un criterio sistemático y racional. Los nombres de calles y los números de casas tienen gran  importancia en el establecimiento de la vida social moderna de cualquier urbe.

A pesar de que “nomenclátor” es una palabra latina, a los romanos de aquella época no se les había ocurrido hacer uno de la ciudad más influyente  de la época. Aunque parezca mentira, las calles y plazas de Roma no tenían nombre y las casas no estaban numeradas. Debería ser complicado encontrar el destinatario de una carta en una ciudad de más de un millón de habitantes



Las referencias que daban para indicarle a alguien como llegar a un lugar eran curiosísimas. Así lo refleja Terencio en su comedia de “Los hermanos”. El dialogo entre Siro y Demea, personajes de su comedia, nos puede parecer una cómica exageración, pero nos da una idea de lo complicado que podría resultar el encontrar una dirección en la Roma de aquel tiempo.  


Así fueron las referencias que dio el esclavo Siro al anciano Demea:

(…)
Demea.- Pensando estoy dónde le iría yo a buscar.

Siro.- Yo sé dónde; pero no te lo diré hoy en todo el día.

Demea.- ¿Qué dices?

Siro.- Lo que oyes.

Demea.- Menudillo he de hacerte la cabeza.

Siro.- Pero es que no sé el nombre de aquel hombre..., aunque sé el lugar donde está.

Demea.- Dime entonces  el lugar.

Siro.- ¿Sabes aquella lonja…, la que está junta a la carnicería…, a la parte de abajo?

Demea.- ¿Pues no he de saber?

Siro.- Cruza por allí la plaza todo derecho; cuando llegues allí, hay una cuesta que baja; déjate caer por ella; después a esta mano hay un oratorio, y junto a él, un callejón estrecho.

Demea.- ¿Hacia qué parte?

Siro.- Allí donde hay también una higuera silvestre.

Demea.- ¡Ya…!

Siro.- Pues camina por allí.

Demea.- Pero ese callejón no tiene salida.

Siro.- Realmente que dices la verdad. ¡Bah! Me equivoqué. Regresa  otra vez a la lonja: por aquí, en verdad, irás mucho más pronto y hay menos donde errar. ¿Sabes la casa de Cratino, éste que es tan rico?

Demea.- Sí.

Siro.- Pues cuando la hayas pasado, sigue  a la mano izquierda y todo derecho por la plaza. Cuando llegares al templo de Diana, vete a la derecha, y antes de llegar a la puerta de la ciudad, junto al mismo abrevadero, hay un molino y enfrente una carpintería: allí está.

¿Creen ustedes que, con aquellas explicaciones, el anciano Demea llegaría a encontrar el lugar que buscaba? Con lo fácil que hubiera sido indicarle por ejemplo: está en la Vía Apia, nº 95.


miércoles, 4 de septiembre de 2019

PÓNTELO, PÓNSELO


Parece que fue ayer, pero ya han transcurrido casi treinta años. Corría el año 1990 cuando, de manera novedosa para aquellas décadas, la administración, gobernada entonces por el PSOE de Felipe González, comenzó a inundar los medios de comunicación con una campaña a favor del uso del preservativo, bajo el eslogan: “Póntelo, pónselo”.

En aquellos años los preservativos eran un producto tabú. Había pueblos donde no te los vendían en ninguna farmacia, por razones religiosas o porque como les daba vergüenza no los tenían.

Aquella campaña del gobierno, que tuvo una gran difusión, generó un gran revuelo social y sirvió, al menos, para normalizar el uso del condón.

Para bien o para mal, aquel eslogan caló en la sociedad y corrió mejor suerte que la propia campaña. Pasados unos años el “póntelo, póselo” pasó a ser eslogan de una campaña de seguridad vial, haciendo referencia, en esta ocasión, al casco del motorista, porque la DGT se había percatado que la mayoría de los fallecidos en accidente de tráfico con motocicleta no llevaban puesto el caso.


 “Estampitas de coches” es el título de un libro editado por La Confederación Nacional de Autoescuelas en 1995. Javier Corominas, el que fuera Jefe Provincial de Tráfico en Palma de Mallorca, es su autor. Tiene ilustraciones del ibicenco Vicent Roig-Francolí, “FRANKY”, galardonado por la Jefatura de Tráfico en reconocimiento a la labor de educación vial que de manera indirecta reflejan sus dibujos publicados en Prensa.

El libro reúne, en sus 130 páginas, una serie de artículos y relatos divertidos de su autor relacionados con el automóvil y su entorno. En esta ocasión  reproducimos uno de ellos referido al eslogan de:

“ Póntelo, pónselo”.

 “Que no os vengan con monsergas, no os dejéis embaucar, no es lo mismo con el chisme puesto que sin él. Al colocároslo sentís la sensación de perder parle de vuestra maravillosa libertad; luego, el placer ya no será igual o notaréis encerrados, sujetos, envueltos en algo artificial que aísla y presiona  vuestra carne. Hay que señalar también la agresión que supone a vuestra sensibilidad estética, porque algunos de estos artilugios son verdaderamente horrendos. Bueno, pues a pesar de todas esas premisas negativas, bien válidas, y prescindiendo de lo que digan las campañas oficiales, el clero, las cartas al director, vuestros padres, vuestros tíchers  o el sursum corda, yo me permito aconsejaros que sí, que os lo pongáis, tíos porque el casco tal vez resulte incómodo, antiestético, corte el viento dela cara y, con él, parte del placer de la velocidad, y os aísle algo de las sensaciones  exteriores, puede ser, quizá sea verdad, pero si os pegáis la piña nada va a ser tan eficaz para proteger vuestro preciado coco (al que tanto amáis) y vuestras queridas vértebras cervicales (que también estimáis  mogollón) como un buen casco.

Ojalá  no os deis nunca la castaña, pero, por si acaso, más vale que os mováis por ahí con el cacharro puesto”.