AÑO
NUEVO, BLOG NUEVO…Y EL POR QUÉ DEL MISMO
Un
blog puede ser una excelente excusa para
escribir y recordar. Yo escribo por varios motivos. Escribo para reflexionar y para pensar. Escribo porque aprendo. Escribo porque en el acto de
escribir ejercito la memoria y la imaginación y hasta la experiencia. Escribo para
hacer surgir los recuerdos y las imágenes como cuenta Álvaro Pombo. Escribo para
volver a momentos anteriores, a las lecturas y a los tumbos que cada uno lleva en la
mochila, como dice Arturo Pérez Reverte. Escribo porque tengo un blog y tengo
una blog para escribir. Y, además, me sale barato, no me cuesta dinero.
Con
este blog busco la escusa para acordarme de las personas que he querido y apreciado
y de los lugares en los que he pasado ratos felices.
Cada
entrada publicada será como enviar un mensaje en una botella desde cualquier
playa de Mallorca, sabiendo que puede llegar, con más probabilidad, a alguien
que no me conoce y que no conozco, que a alguien que me conoce y que conozco.
De
siempre me ha gustado leer y escribir. En mi niñez leía, con la luz del candil.
Podría decirse que soy un escritor frustrado, porque para esto como para tantas
otras cosas de la vida, no solo hay que aprender, sino haber tenido la suerte
de que la naturaleza te haya dotado de las capacidades necesarias. Y he de reconocer que no es mi caso. Pero yo sigo intentado
escribir por los motivos ya expresados y porque me relaja, me mantiene ocupada
la mente y me divierte.
Tengo
un blog desde el 2014, trata de temas de autoescuelas y de tráfico, “historiasdelasautoescuelas.blogspot.com”
es su dirección. Ya he publicado más de 330 entradas o posts como dicen los
blogueros que hay que llamar a los artículos publicados. Por cierto, ya pasa el blog de
las 84.000 visitas. Sé que son pocas, pero más que suficientes para colmar mi
ego.
Pero
ya va siendo hora de presentarme. Me llamo Juan José Olivas, nací en Peñolite y toda
mi infancia la pasé en Puente de Génave, en la calle del Arroyo. De esto hace
muchísimos años, aunque para mí no sean tantos.
A
finales de la década de los cuarenta yo era un niño de siete años que jugaba en
aquella calle empedrada. Soy, pues, uno más de tantos niños de la posguerra civil
española, de los de aquellos años del hambre, aunque yo, afortunadamente, no la
sufriera, ni tampoco ninguno de mis amigos de correrías de la niñez. En el
pueblo, ya se sabe, no era lo mismo que en la capital.
Dos
tercios de mi vida los he pasado lejos de mi pueblo, aunque durante ese tiempo
lo he visitado con frecuencia, hasta tres veces al año. Sus ecos todavía resuenan en mi por encima de todos
los demás ecos de los lugares en los que he vivido. Y es así por varias razones;
porque allí me crié, y porque en Peñolite nació mi madre y en Puente de
Génave murió. Hay más razones, pero son secundarias, aunque sean importantes
para mí.
A
edades como la mía todos tenemos nuestros muertos. Partes de los míos están
enterrados en el cementerio de este pueblo. Lo peor no es tener muertos, es ley
de vida, lo peor es sobrevivir a alguno de tus hijos. Afortunadamente no es mi
caso.
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