viernes, 11 de enero de 2019


AÑO NUEVO, BLOG NUEVO…Y EL POR QUÉ DEL MISMO

Un blog puede ser una excelente excusa para  escribir y recordar. Yo escribo por varios motivos. Escribo para reflexionar y para pensar. Escribo porque aprendo.  Escribo porque en el acto de escribir ejercito la memoria y la imaginación y hasta la experiencia. Escribo para hacer surgir los recuerdos y las imágenes como cuenta Álvaro Pombo. Escribo para volver a momentos anteriores, a las lecturas y a los tumbos que cada uno lleva en la mochila, como dice Arturo Pérez Reverte. Escribo porque tengo un blog y tengo una blog para escribir. Y, además, me sale barato, no me cuesta dinero. 




Con este blog busco la escusa para acordarme de las personas que he querido y apreciado y de los lugares en los que he pasado ratos felices.

Cada entrada publicada será como enviar un mensaje en una botella desde cualquier playa de Mallorca, sabiendo que puede llegar, con más probabilidad, a alguien que no me conoce y que no conozco, que a alguien que me conoce y que conozco.

De siempre me ha gustado leer y escribir. En mi niñez leía, con la luz del candil. Podría decirse que soy un escritor frustrado, porque para esto como para tantas otras cosas de la vida, no solo hay que aprender, sino haber tenido la suerte de que la naturaleza te haya dotado de las capacidades necesarias. Y he de reconocer que no es mi caso. Pero yo sigo intentado escribir por los motivos ya expresados y porque me relaja, me mantiene ocupada la mente y me divierte.

Tengo un blog desde el 2014, trata de temas de autoescuelas y de tráfico, “historiasdelasautoescuelas.blogspot.com” es su dirección. Ya he publicado más de 330 entradas o posts como dicen los blogueros que hay que llamar a los artículos publicados. Por cierto, ya pasa el blog de las 84.000 visitas. Sé que son pocas, pero más que suficientes para colmar mi ego. 



Pero ya va siendo hora de presentarme. Me llamo Juan José Olivas, nací en Peñolite y toda mi infancia la pasé en Puente de Génave, en la calle del Arroyo. De esto hace muchísimos años, aunque para mí no sean tantos.
A finales de la década de los cuarenta yo era un niño de siete años que jugaba en aquella calle empedrada. Soy, pues, uno más de tantos niños de la posguerra civil española, de los de aquellos años del hambre, aunque yo, afortunadamente, no la sufriera, ni tampoco ninguno de mis amigos de correrías de la niñez. En el pueblo, ya se sabe, no era lo mismo que en la capital.

Dos tercios de mi vida los he pasado lejos de mi pueblo, aunque durante ese tiempo lo he visitado con frecuencia, hasta tres veces al año. Sus ecos  todavía resuenan en mi por encima de todos los demás ecos de los lugares en los que he vivido. Y es así por varias razones; porque allí  me crié, y porque en Peñolite nació mi madre y en Puente de Génave murió. Hay más razones, pero son secundarias, aunque sean importantes para mí.

A edades como la mía todos tenemos nuestros muertos. Partes de los míos están enterrados en el cementerio de este pueblo. Lo peor no es tener muertos, es ley de vida, lo peor es sobrevivir a alguno de tus hijos. Afortunadamente no es mi caso.

La vejez no es más que otra página del último capitulo del libro de nuestra vida. Una página que pasas cuando has acabado de leer la anterior. Yo ya estoy llegando casi al final del libro y aunque la edad no importa, ya que lo esencial es el estado de salud física y mental en que la vivamos, intento seguir añadiendo páginas a ese libro de mi vida. El escribir en este blog seguro que me ayuda.





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