martes, 5 de febrero de 2019

PEÑOLITE...


…aquella bonita aldea donde nací 

Ya he escrito sobre mi calle, la calle “Elroyo”, y ahora lo haré de mi aldea, más adelante lo haré de mi pueblo. Es un lujo “tener” un pueblo, pero “tener” una aldea y un pueblo es  privilegio de muy pocos. Cuando vivía en Barcelona venia a casa un amigo de mi hijo y un día oí decirle que lo envidiaba. Le pregunté por qué.

— Porque todos mis amigos tienen un pueblo a donde ir en verano, y yo no .

Él había nacido en la ciudad, igual que mi hijo, y supongo que igual que el resto de sus amigos, pero  aquel niño, cuando oía decir, “me voy al pueblo”  no diferenciaba si el pueblo era del padre de su amigo o del amigo.


La verdad es que no sé bien lo que puedo escribir de Peñolite — la aldea donde mi madre me trajo a este mundo—, que no se haya escrito, que no se haya dicho o que no se haya fotografiado, grabado y publicado en You Tube.



Hace más de cuatrocientos años, en 1575,  unos vecinos de Segura, el licenciado Diego Fernández y Francisco Cano, ya  nombraron Peñolite  en un importante documento, Las Relaciones topográficas, mandadas hacer por el Rey Felipe II:
 Éste se dize que el término desta villa de Sigura, ay muchos edifiçios ansy de torres como de casas fuertes, ay sitios de poblaçiones antiguas como por ellos pareçe, que son una población antigua que se llama Peñolite, questá dos leguas de Sigura a la parte del Poniente. Aquí ay una torre fuerte de calicanto, algo cayda. Pareçe aver seydo  grande edifiçio y polación. La causa por que se despobló no se sabe más de que por ser esta tierra estrecha de toda cosecha, no sufre de tantas poblaciones(…). 


Don Francisco  Bellón, a la sazón escribano de Segura,  firmó aquel documento en testimonio de verdad.


Peñolite, para los que no hayan tenido la suerte de visitarla, he de decirles que es una pequeña y bonita aldea enclavada en la ladera de un cerro. El año que se casaron mis padres, 1940, tenia 760 habitantes. El pasado año, 190 habitantes, 96 mujeres y 94 hombres.
 Sus pocas y menguadas calles son empinadas y sus casas bien aireadas y limpias. Es tierra sana por ser alta y donde corren los vientos frescos,  y por tener buenas aguas, dulces y delicadas.




Se accede a este bonito lugar por una estrecha y sinuosa carretera desde Puente de Génave.
A la carretera que atraviesa mi pueblo, le llamábamos, “la carretera general” y a la que nos llevaba hasta “mi aldea”, “la carretera de Peñolite”. Tanto de una como de otra, aunque más de la de Peñolite, me afloran bonitos recuerdos de mi niñez.


Es una corta carretera, de poco más de cuatro kilómetros, que serpentea entre olivas y finaliza en la aldea, en la Morea. Los niños de entonces, los de la posguerra, y en especial los de la calle del Arroyo y de la Cruz, dada su proximidad  a la misma, la recorríamos con frecuencia a  pie, y algún afortunado en bicicleta. Llegábamos en nuestras correrías infantiles hasta el “empalme de los Llanos”, o hasta las higueras del “Guisque”, y, a veces, hasta el inicio de la “cuesta los pinos”. Raramente llegábamos a Peñolite, aunque alguna que otra vez lo habíamos hecho. 

Casi siempre éramos más niños que bicicletas. Unos empujaban y otros pedaleaban. Culminar aquellas pendientes era como una hazaña para nuestra corta edad y nuestras cortas piernas.
Durante todo el trayecto, la carretera va subiendo y subiendo hasta llegar a su final. En algunos tramos sube de manera imperceptible, pero en otros lo hace con un desnivel bastante pronunciado. Así ocurre en la “cuesta de los pinos”, pasado el pequeño puente,  y también, después de pasar el segundo puente, el “puente de los cañamares”. 

Llegado hasta aquel punto y saliendo de la segundo curva, teníamos que enfrentarnos con la última  y más dura de las pendientes. A final de la misma ya alcanzábamos la meta propuesta. Pero a la altura de aquel pilar, donde abrevaban las caballerías a la vuelta de su jornada laboral, y  antes de entrar en sus respectivas cuadras, hacia acto de presencia la “pájara” cuando subíamos a Peñolite en bicicleta. En más de una ocasión, a mitad de cuesta, agotados unos y a punto de desfallecer otros, echábamos pie a tierra  y proseguiamos empujando la bicicleta hasta llegar a la fuente de los tres caños para  beber en uno de ellos  y descansar al cobijo de la sombra de aquella frondosa morera.
El regreso era otra cosa, podíamos llegar al punto de partida sin dar una sola pedalada, todo cuesta abajo. Era una gozada, sentir el viento en nuestros rostros, mientras bajábamos a velocidad de vértigo y sin riego de encontrar artefacto de motor alguno. Éramos solidarios y aunque por lo general casi siempre había más chiquillos que bicicletas, de una manera u otra, todos bajábamos montados en ellas. Unos manejando el manillar, otros sentados de lado en la barra del cuadro, y los menos en el portaequipaje de alguna que lo llevaba.
Podía ocurrir que no pasara un solo automóvil en toda una semana. Solo te cruzabas  con hombres, mujeres, niños, niñas y semovientes: mulos, mulas, burros, ovejas y cabras. Aunque pronto se empezaron a ver vehículos movidos por caballos mecánicos, pero circulaban a poca velocidad.
Y al mencionar los vehículos a motor, me viene a la memoria  aquel automóvil, propiedad de D. Francisco Garcia Hervás, conocido popularmente como Paco, el de la Fonda la Manuela. Podía ser algún Citroën o Renault de los años treinta.


Peñolite, ya tenía su iglesia. Su principal promotor — yo diría que el único —  fue D. Pedro García Bellón, cura-párroco por aquel entonces de Puente de Génave. Los domingos subía a celebrar misa para los peñoliteros, aunque más bien era para las peñoliteras, porque pasados la novedad de los primeros domingos, más bien era pocos los hombres que se acercaban a la iglesia para oír misa. Y con el Cura, subíamos algunos chiquillos que ayudábamos como monaguillos.
El domingo, Paco, Francisco García Hervás, sentado a los mandos de su coche-taxi  esperaba,  con puntualidad britanica, a la puerta de la Iglesia para llevar a Peñolite al Cura y con él la tropa de tres o cuatro monaguillos.
Durante el corto trayecto, el Cura de copiloto en amable charla con Paco. Los monaguillos detrás con las habituales prendas que se había de poner el celebrante: casulla, alba, amito, estola, cíngulo, etc.
Subir a Peñolite en el coche de Paco, Don Francisco cuando fue alcalde, era otra cosa. El paisaje nos parecía diferente. No era como pedalear cuesta arriba.
Todos queríamos ser elegidos. Yo lo fui en más de una ocasión. Aquello era para nosotros como una excursión  dominguera. No recuerdo haberme subido a ningún otro coche siendo niño. Aunque sí recuerdo una excursión escolar al pantano del Tranco en el camión de Ignacio Garcia, es decir, en  el camión de los “perejiles”.
Muchos vecinos de la calle Arroyo tenían cañamares al lado derecho de la carretera en sentido a Peñolite. Colindando con la carretera, recuerdo alguna higuera y otros árboles frutales, que, nos permitían catar, sin permiso de sus dueños, las primeras frutas de la temporada ya fueran brevas, higos, ciruelas, melocotones, albarillos, como llamábamos a los albaricoques, y alguna que otra pera. 
Por uno de los márgenes de la carretera, y canalizada por una acequia, discurría una continua corriente de agua que aprovechaban los hortelanos para regar sus hortalizas.
A Peñolite siempre le he tenido un especial cariño. En esta aldea nació mi madre y después nací yo. De niño pasaba  temporadas, principalmente, en la casa del porche, la casa del tío Tomás y la tía Dolores. Otras veces, íbamos mi hermana Amparo y yo a casa de la tía Librada. En ocasiones también pasábamos algunos días en casa de la tía Elena. Eran hermanos  de padre de nuestra madre.

La madre de mi madre parió en Peñolite. Y ella, mi madre, también me parió a mí  en Peñolite. Eso ocurrió en casa de mis padres, en una casa  sita,— según consta en un documento que obra en mi poder —,  en la cortijada de Peñolite, señalada con el número tres, que mide unas doce varas de frente por unas diez varas de fondo, consta de dos pisos y con las habitaciones siguientes; en el primero, cocina y dos cuartos y en segundo, tres cámaras y linda por la izquierda entrando Restituto; derecha, Francisco; espalda , Ambrosio y frente la calle de su situación y vale

Teniendo en cuenta la vara castellana de Burgos o de Ávila, la casa era más bien pequeña, ocupaba un terreno de algo menos de 84 metros cuadrados. Estaba al lado de la casa del porche y con el valor que le asignan en el documento apenas te llega hoy para un bocadillo. En esa casa  se quedó embarazada mi madre  y en esa casa me trajo a este mundo un día frio del mes de febrero de hace ya muchísimos años.

Y llegado a este punto, me pregunto: ¿a quien le interesa todo esto? A nadie, me contesto. Y dejo de escribir.

 Sin embargo, en mi descargo, he decir que escribir esto me ha sido de utilidad porque he estado entretenido y, de paso, ejercitando la memoria que, a mi edad, dicen que es cosa buena.







No hay comentarios:

Publicar un comentario