miércoles, 6 de marzo de 2019

A PROPÓSITO DE…


CHAUFFEUR”, CHAUFFEUSE”

Allá por el año 1905, en  el periódico el HERALDO DE ALCOY, se publicó como noticia el siguiente evento:

La multimillonaria viuda del célebre Cornelius Vanderbilt acaba de quitarse el luto, y naturalmente, se ha quitado el dolor también. Inmediatamente ha creído necesario demostrar a la alta sociedad neoyorkina que su buen humor sobrevive, y ha organizado en su hotel una fiesta original. Todos los invitados asistieron vestidos de “chauffeurs” y “chauffeuses”. Se llevó a tal extremo el rigor que las damas cubrían sus bellos ojos con esas malditas antiparras automovilistas que parecen invención de un bizco malhumorado. (…) todo el mundo salió de la fiesta en su automóvil.

El término “chauffeur” se había impuesto en el mundo entero. El témino “chauffeuse” empezaba a utilizarse.  Así llamaban a las primeras mujeres, que desafiando los prejuicios de aquella sociedad, se atrevieron a ponerse a los mandos de un automóvil. La feminización del nombre (chauffeuse)  comienza a ser usual por parte de la mujer, sin embargo, plantea la burla de algunos periodistas y de otros sectores de la sociedad.
      
A finales del siglo XIX, varias mujeres parisinas solicitaron autorización para ser cocheras. Las examinaron de teoría y de práctica. Ninguna pudo ejercer la profesión por no haber aprobado. Las parisinas no cejaron  en su empeño y en 1907 quisieron ejercer de chauffeuse y… lo consiguieron.

 Por aquella época la prensa nos cuenta que entre los chauffeurs y chauffeuses de Berlín existe gran tirantez y que hasta la policía ha tomado sus precauciones para que no lleguen a las manos. El motivo no era otro que la decisión de un grupo de mujeres berlinesas  de ganarse la vida ejerciendo también de “chauffeuse” o como diríamos en español, choferesa, mujer que, por oficio, conduce un automóvil.

Cuando los “chauffeurs”  berlineses  se enteraron, pusieron el grito en el cielo porque, según ellos, estas mujeres les dejarían sin trabajo. Pronto convocan una reunión para ver la manera de defenderse de aquellas féminas. Las futuras choferesas de Berlín  no se amilanan por ello y celebran su cónclave para discutir el modo de salirse con la suya.


La mujer “chauffeuse” preocupa, crea animosidad y altera las reglas de representación de la identidad del hombre. También es un paso para emanciparse. La mujer vive con el automóvil un nuevo concepto de la movilidad.  La mujer al volante, y en posesión de un automóvil, mantiene la posibilidad de salir del papel que le han venido asignando.

La mayoría de la sociedad europea de aquel entonces considera que la mujer no debe conducir un automóvil por oficio. Ni por oficio ni por diversión. Esta actividad, argumentaban, no es propia de una mujer. Es una tarea sólo para hombres. Así era aquella sociedad en las primeras décadas del siglo XX. Einstein dejó dicho: Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio. Y aquella sociedad tenía muchos. 

En el esquema social de aquellos años, la mujer está sujeta al hombre, depende de sus acciones. Los movimientos feministas siguen siendo pocos, y la legislación no apoya a la mujer, no  coloca a ambos sexos en igualdad de condiciones. La mujer no tiene derecho a votar. El hombre monopoliza el salario. Es el cabeza de  familia que regula y controla el patrimonio familiar hasta su muerte. La aparición del automóvil no elimina esta situación. Las normas  siguen siendo las mismas, pero se inician, aunque tímidamente y en círculos muy reducidos, algunos movimientos contrarios a la función social que viene desarrollando la mujer.

El automovilismo era exclusivo del hombre, bueno, de algunos hombres afortunados como duques, marqueses y banqueros. El privilegio del uso del automóvil se lo repartían entre la parte masculina de la nobleza y la nueva y poderosa burguesía. Pocas mujeres de esta sociedad tenían cabida en aquel entorno. No obstante  la mujer fue abriendo su espacio, aunque de una manera lenta y poco a poco.

Primero aparecieron como pasajeras, más tarde como espectadoras de lo que hacía sus maridos con los coches. Con el auge de la industrialización y  la comercialización, la mujer posa junto a sus cónyuges, eso sí,  siempre por el bien de la firma. En poco tiempo,  los publicistas reclaman su presencia para que aparezcan junto a esta o aquella marca.



De acuerdo a la condición social, sus relaciones personales y su voluntad de emancipación, la mujer alcanza diferentes grados en su relación con el automóvil: espectadoras, pasajeras y prestando su imagen para alguna marca.  Es así como se van introduciendo en aquel mundillo. Acceden  en diferentes  etapas y a través de diversas funciones y  en diversos grados

       Fueron varias las féminas que,  no conformes con el papel que el hombre quería asignarles, decidieron participar en aquel cerrado mundo del automóvil de manera activa y por iniciativa propia.

Aquellas pioneras  se sublevaron contra las normas, las costumbres y los prejuicios y lucharon para cambiar el rol  que le había asignado aquella sociedad masculina e intransigente con la que les tocó vivir. Empezaron a conducir automóviles, a participar y competir con el hombre en las pruebas automovilísticas que se convocaban. Las mujeres que intentaron manejar uno de aquellos automóviles de finales del siglo XIX y principios delo XX  representaban un movimiento de liberación, un espíritu de modernidad y un total desacuerdo con los valores tradicionales. Hay que decir que la revolución del automóvil viene cuando la mujer empieza a conducir.

Tres fueron las mujeres que, a finales del siglo XIX y principios XX, se significaron por querer igualarse a los hombres en el manejo de aquellos vehículos: la duquesa de Uzés, la baronesa Helène Zuylen von Nievelt y Camille du Gast.




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