Queridos paisanos y paisanas, ya estamos en diciembre, el mes de
la navidad. En un suspiro, llegamos a la noche vieja y al punto de salida de un
nuevo año. Y un año más en nuestro haber.
Dicen que la experiencia es un grado. Si eso fuera así y la
vida fuera la milicia yo ya habría alcanzado el grado de general. Dicen también
que a medida que cumples años te haces más maduro. Y alguno, como el dueño de
esta furgoneta, pregona que no te haces más viejo, sino más sabio. No estoy de
acuerdo en que cumplir años sea sinónimo de madurez o de sabiduría. Solo se
llega a la madurez y a la sabiduría si
aprendemos de todo cuanto nos acontece en la vida, de lo bueno y de lo malo. Seremos
más maduros y más sabios si aprendemos a levantarnos o a no caer ante el más
mínimo tropiezo. Mi abuela Amparo (Mamamparo) me solía decir ante cualquier
adversidad: Juan José, el que tropieza y
no se cae adelanta un paso. Y como mi abuelo Juan José (Papache) estuviera
cerca y la oyera añadía: Y quien no cae
no se levanta. Con el tiempo supe que las palabras de mi abuelo eran unas
palabras puestas en boca de uno de los personajes de Tirso de Molina. No creo
que mi abuelo Juan José, que era un excelente artesano, talabartero por más
señas y un hombre leído, conociese las
obras teatrales de este insigne autor
dramático y narrador del Barroco.
La madurez se logra cuando uno aprende de la vida. Cuando
volvemos a levantarnos una vez que hemos caído. Cuando no caemos en lo más
profundo. Cuando evitamos tropezar una y
otra vez en la misma piedra. Cuando damos importancia a aquellas cosas que
reamente la tienen y pasamos de aquellas
otras que son intrascendentes. Entonces y solo entonces empezaos a hacernos
maduros y sabios.
Hemos entrado en Diciembre
y ha quedado atrás esa horrible americanada
conocida como Black Friday (Viernes Negro). ¿Por qué la gente es tan dada a
copiar americanadas como esta?
Pasan los días de
diciembre y la Navidad se huele cada vez más cerca. Será un buen momento para
estar con nuestra familia y amigos, para recordar a los que se fueron, para estar con vuestros abuelos a los que
presumiblemente les quedan menos años
que estar en este mundo medio loco.
Cuando llegan estos
días, los recuerdos de mi niñez se me amontonan y se tropellan los unos a los
otros. Unos buenos, otros menos buenos y algunos malos. Entre los buenos de
estas fechas están el montaje del belén en la iglesia, los villancicos y la Misa
del Gallo. De los malos, mejor no hablar.
Cómo
disfrutábamos los niños con los preparativos y el montaje del belén cuyo
artífice principal era nuestro entrañable paisano Seve. Él dirigía, daba
órdenes y nosotros disciplinados las cumplíamos.
Ibamos al pinar de la Vicaria a por musgo, esa planta que crece en abundancia en
lugares sombríos sobre las piedras, en el suelo o en la corteza de los árboles.
Hoy ni lo piensen. Cualquier cosa para decorar el belén menos musgo. Se trata de una planta clave en los ecosistemas. He leído que la multa puede llegar hasta
200.000 euros por arrancarlo de su hábitat. Menos mal que en los años cuarenta
y cincuenta del siglo pasado había otras preocupaciones.
Era un bonito belén. No
faltaba de nada: el pesebre, San José, La Virgen, el niño Jesús, la mula, el
buey, los pastores, la casa de Herodes, ¿o quizá fuera la de Pilatos? Sus
montañas, sus ríos y un gran cielo azul muy estrellado.
Campana sobre campana
Y sobre campana una
Asómate a la ventana
Verás el niño en la cuna
La Virgen se está peinando
Entre cortina y cortina
Sus cabellos son de oro
Y el peine de plata fina
Hacia Belén va una burra, rin, rin
Yo me remendaba, yo me remendé
Yo me hice un remiendo, yo me lo quité
Cargada de chocolate
Son las letras de los villancicos
de toda la vida, los que se cantaban desde el coro en algunos momentos de la Misa
del Gallo y al final de la misma
mientras D. Pedro, el cura, sostenía aquel niño Jesús y la gente pasaba en
riguroso orden y besaba la rodilla de
aquella pequeña imagen. D. Pedro, a continuación, le pasaba un paño limpio y quedaba preparada para el siguiente feligrés que aguardaba su turno. La acción se
repetía una y otra vez hasta que habían pasado todos los asistentes a la misa. Mientras
se oían bonitas voces cantando los villancicos a los acordes de la guitarra, el
laúd y las panderetas. Al lado de D. Pedro, un monaguillo sostenía una cestita.
Aquel ósculo dado al niño Jesús, mientras la gente del coro entonaba uno y otro
villancico bien merecía que los puenteños y puenteñas con más posibles se desprendiese de alguna
moneda y fuera a caer a la cestita.
Detrás, como fondo,
aquel belén de considerables dimensiones que, una vez desplazado San Isidro,
ocupaba todo el frontal del altar mayor cuando este quedaba cercado por aquella
bonita balaustrada.
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