miércoles, 4 de diciembre de 2019

LA NAVIDAD: UN AÑO MÁS EN NUESTRO HABER


Queridos paisanos y paisanas, ya estamos en diciembre, el mes de la navidad. En un suspiro, llegamos a la noche vieja y al punto de salida de un nuevo año. Y un año más en nuestro haber.

Dicen que la experiencia es un grado. Si eso fuera así y la vida fuera la milicia yo ya habría alcanzado el grado de general. Dicen también que a medida que cumples años te haces más maduro. Y alguno, como el dueño de esta furgoneta, pregona que no te haces más viejo, sino más sabio. No estoy de acuerdo en que cumplir años sea sinónimo de madurez o de sabiduría. Solo se llega a la  madurez y a la sabiduría si aprendemos de todo cuanto nos acontece en la vida, de lo bueno y de lo malo. Seremos más maduros y más sabios si aprendemos a levantarnos o a no caer ante el más mínimo tropiezo. Mi abuela Amparo (Mamamparo) me solía decir ante cualquier adversidad: Juan José, el que tropieza y no se cae adelanta un paso. Y como mi abuelo Juan José (Papache) estuviera cerca y la oyera añadía: Y quien no cae no se levanta. Con el tiempo supe que las palabras de mi abuelo eran unas palabras puestas en boca de uno de los personajes de Tirso de Molina. No creo que mi abuelo Juan José, que era un excelente artesano, talabartero por más señas y un hombre leído,  conociese las obras teatrales  de este insigne autor dramático y narrador del Barroco.


La madurez se logra cuando uno aprende de la vida. Cuando volvemos a levantarnos una vez que hemos caído. Cuando no caemos en lo más profundo. Cuando evitamos  tropezar una y otra vez en la misma piedra. Cuando damos importancia a aquellas cosas que reamente la tienen  y pasamos de aquellas otras que son intrascendentes. Entonces y solo entonces empezaos a hacernos maduros y sabios.

Hemos entrado en Diciembre y ha quedado atrás  esa horrible americanada conocida como Black Friday (Viernes Negro). ¿Por qué la gente es tan dada a copiar americanadas como esta?

Pasan los días de diciembre y la Navidad se huele cada vez más cerca. Será un buen momento para estar con nuestra familia y amigos, para recordar a los que se fueron, para estar  con vuestros abuelos a los que presumiblemente les  quedan menos años que estar en este mundo medio loco.

Cuando llegan estos días, los recuerdos de mi niñez se me amontonan y se tropellan los unos a los otros. Unos buenos, otros menos buenos y algunos malos. Entre los buenos de estas fechas están el montaje del belén en la iglesia, los villancicos y la Misa del Gallo. De los malos, mejor no hablar.

Cómo disfrutábamos los niños con los preparativos y el montaje del belén cuyo artífice principal era nuestro entrañable paisano Seve. Él dirigía, daba órdenes y nosotros disciplinados las  cumplíamos. Ibamos al pinar de la Vicaria a por musgo, esa planta que crece en abundancia en lugares sombríos sobre las piedras, en el suelo o en la corteza de los árboles. Hoy ni lo piensen. Cualquier cosa para decorar el belén menos musgo. Se trata de una planta clave en los ecosistemas. He leído que la multa puede llegar hasta 200.000 euros por arrancarlo de su hábitat. Menos mal que en los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado había otras preocupaciones.

Era un bonito belén. No faltaba de nada: el pesebre, San José, La Virgen, el niño Jesús, la mula, el buey, los pastores, la casa de Herodes, ¿o quizá fuera la de Pilatos? Sus montañas, sus ríos y un gran cielo azul muy estrellado. 

Campana sobre campana
Y sobre campana una
Asómate a la ventana
Verás el niño en la cuna

La Virgen se está peinando
Entre cortina y cortina
Sus cabellos son de oro
Y el peine de plata fina
  
Hacia Belén va una burra, rin, rin
Yo me remendaba, yo me remendé
Yo me hice un remiendo, yo me lo quité
Cargada de chocolate

Son las letras de los villancicos de toda la vida, los que se cantaban desde el coro en algunos momentos de la Misa del  Gallo y al final de la misma mientras D. Pedro, el cura, sostenía aquel niño Jesús y la gente pasaba en riguroso orden y besaba la  rodilla de aquella pequeña imagen. D. Pedro, a continuación, le pasaba un paño limpio  y quedaba preparada para el siguiente  feligrés que aguardaba su turno. La acción se repetía una y otra vez hasta que habían pasado todos los asistentes a la misa. Mientras se oían bonitas voces cantando los villancicos a los acordes de la guitarra, el laúd y las panderetas. Al lado de D. Pedro, un monaguillo sostenía una cestita. Aquel ósculo dado al niño Jesús, mientras la gente del coro entonaba uno y otro villancico bien merecía que los puenteños y puenteñas  con más posibles se desprendiese de alguna moneda y fuera a caer a la cestita.





Detrás, como fondo, aquel belén de considerables dimensiones que, una vez desplazado San Isidro, ocupaba todo el frontal del altar mayor cuando este quedaba cercado por aquella bonita balaustrada.





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