sábado, 28 de marzo de 2020

DE UN TAL WENCESLAO



“MI SEGUNDA MANO”                          

“El hombre que compró un automóvil” es el título de una novela de Wenceslao Fernández Flores, un escritor gallego que se afincó y murió en Madrid.

Hoy he vuelto a releer uno de sus capítulos. No sé muy bien por qué, pero en esta ocasión, aunque de forma indirecta, creo que ha sido  por el confinamiento  que,  aunque a mí me parezca una eternidad, solo  hace once días que se decretó y a uno le sobra tiempo para todo, hasta para releer.

Es duro esto del confinamiento, sin embargo lo llevo cumpliendo rigurosamente, como no puede ser de otra  manera, desde el día en que se hizo obligatorio.

Entre los libros que tengo en mis estanterías dedicados al tráfico, su normativa y todo cuanto he podido conseguir relacionado con la formación del conductor hay uno al que le tengo especial estima. Es la novela de Wenceslao Fernández Flores, El hombre que compró un automóvil.

El ejemplar que yo tengo es una novena edición, publicada por Espasa Calpe en 1968. Su autor la escribió en 1932. Sus páginas ya están algo descoloridas por el paso del tiempo. Así lo encontré en un mercadillo.

 Aunque no haya sido un “bestseller”, para mi tiene un gran valor. Cuando la escribió, aquello que se ha dado en llamar la “la civilización del automóvil” estaba en pañales y términos como embotellamiento, atasco, carril de aceleración y tantas otras eran desconocidas. Y no digamos ABS, control de estabilidad, airbag etc., etc.




 Wenceslao Fernández Flores, cuando escribió esta obra, ejerció de profeta. Nos anunció el mundo que se nos venía encima, un mundo poblado de “seres mecánicos que se mezclan en nuestra vida, coexisten con nosotros, nos entorpecen o nos ayudan y hasta nos matan”.

Cada una de las veces que paso la vista por esa estantería y veo esta novela me acuerdo de otro Wenceslao, aunque no sé su éste escribíia su nombre con uve doble. No era escritor, era nuestro vecino de la calle Arroyo.  Revivo la imagen de aquel otro Wenceslao en aquellas calurosas tardes llegando con su burro y su serón cargado de hortalizas del huerto que tenía en la “caña de Peñolite”. Revivo la imagen de su mujer, Felicia y la de su hija, Mari, amiga de mi herma Amparo. Le ayudaban a descargar depositando la provechosa carga en cestas de mimbre. Aquellos tomates, con sabor a tomate, no como los de ahora, aquellas lechugas, pepinos, calabacines o pimientos que aquella misma tarde o a la mañana siguiente ponían a la venta en su misma casa. Revivo a la abuela Dolores, sentada en su silla baja de anea vigilando, cual mayoral eficiente, la apreciada carga que traía su hijo.
¡Como me gustaba la meloja de calabaza que preparaba la abuela!




Revivo, muy especialmente, a sus dos hijos, Julián y Pedro, en aquellos interminables partidos de futbol que “echavamos”, casi a diario, en los improvisados campos de tierra ubicados en lo que hoy  son la Calle Guadalimar, Ramona Serrano y la calle Ensanche. Más tarde utilizamos la explanada que había detrás del ayuntamiento, lo  que hoy es la Plaza de la Constitución. Para que aquellos chiquillos pudiéramos jugar al futbol bastaba una explanada, cuatro piedras para suplir los palos de la portería y, por supuesto,  una pelota, aunque fuera de trapo.

¡Que delicia hubiera sido para nosotros  “echar” un partido en el actual campo de futbol del Puente!

Pero dejemos la nostalgia y vayamos a lo que íbamos, la novela de Wenceslao Fernández Flores, “El hombre que compró un automóvil”. En ella hay un capitulo que titula: Mi segunda mano. Su lectura me hace pensar en la complejidad de la tarea de conducir al principio cuando aún no se tienen automatizadas las acciones.

Así lo cuenta este escritor con su peculiar gracejo gallego:

         
Comencé como tantos automovilistas: compré un «segunda mano».Este “segunda mano” era muy aceptable. Puedo decir en su elogio que, al cabo de los años, llegó a ser un “quinta mano”  bastante robusto todavía.

 Y ha llegado el momento de decir que la función de guiar un coche es la más difícil entre todas cuantas puede proponerse un hombre nervioso. Por mi parte, tengo siempre demasiadas preocupaciones, mi cerebro está fatigado por una vida de constante labor, y si quisiera ponderar el límite que alcanzan mis distracciones, habría de afirmar que llegan tan lejos como mi falta de memoria. No obstante, alcancé el fin de la enseñanza que quisieron darme en una academia para chóferes, y no quedé mal. En los primeros días me era absolutamente imposible obligar a cada mano y a cada pie a que procediesen con independencia, y me conducía como si estuviese haciendo ensayos de malabarismo. Estiraba o encogía a un tiempo todas las extremidades, pisaba alocadamente allá y acullá, lanzaba gritos reclamando el auxilio de mi instructor, o me quería arrojar por la ventanilla. Sin embargo, conseguí dominar  casi todas las dificultades. Es cierto que un día atropellé al mismo tiempo a dos chiquillos que (…)






Un día el director de la academia le dijo:

—Creo que ya está usted en condiciones de someterse a examen para obtener el carnet. Sólo le falta conocer algunos trucos del oficio, pero no están comprendidos en la tarifa. Por cinco pesetas más le daré un buen consejo.
Entregué cinco pesetas.
—Temo que se deje arrebatar usted demasiado por esta tendencia a aplastar criaturas. Siempre que usted atropelle a un chiquillo, diga que fue el chiquillo el que le atropelló a usted. Esta tesis hace tanta falta a un automovilista como los faros.
La anoté en un cuadernito.
— ¿Dispone usted de cinco pesetas más?
—Sí.
—Démelas. Y acuérdese de esto: los automovilistas tienen tres enemigos: los árboles, los ciclistas y el chofer (…)

Y llegó el día del examen.
     
(…) Contesté algunas preguntas, hice ciertas evoluciones, y un caballero joven y bien vestido —un poco infatuado, como casi todos los funcionarios públicos—, ocupó un puesto a mi lado para someterme a la prueba definitiva.
—En marcha.
Puse el coche en marcha.
—Vamos a ver cómo se las arregla entre el tránsito.
Recorrí brillantemente toda la Castellana y emboqué la carretera de Chamartín.
—Dé la vuelta.
Iba un tranvía y venía un camión.
—No tengo sitio —murmuré.
Y seguí corriendo. Quizá la imposibilidad de obedecer inmediatamente aquel mandato o la estirada gravedad de mi examinador, o ambos mo
tivos, alteraron mis nervios, porque la verdad es que ya no pude encontrar sitio bastante para hacer dar la vuelta al coche. Continué tragando kilómetros.
— Por qué no regresa? —indagó él.
—No... no... puedo —silabeé.
Le oí suspirar. Corríamos ya por las afueras.
—Al menos —ordenó--—, pare usted. Pero ya había llegado al máximum del azoramiento. Apenas se me oyó decir:
—No... no... me acuerdo...
Era verdad, juro que era verdad. Si entre ustedes hay un hombre realmente nervioso, creerá mis palabras.

El autor sigue su relato del desarrollo del examen que finaliza una vez que se ha parado el coche por falta de gasolina. El estado de ánimo del examinador lo describe así:

(…)  Mi acompañante se apeó con una prisa temblorosa y echó a correr, al través de los sembrados, hacia Madrid. El sombrero le cayó al saltar una cerca, y no se detuvo a recogerlo.

El personaje de la historia de Fernández Flores sentencia:
Verse con un auto en las manos es un grave motivo de preocupación para cualquier hombre prudente. No puede formarse ni una idea aproximada de la responsabilidad que acepta, hasta que se encuentra uno en medio de la calle, con el artilugio trepidante, repentinamente dueño de la vida de los demás.

El hombre que se examinaba para obtener el carnet  y poder conducir su automóvil de segunda mano llega a sentenciar: 
Verse con un auto en las manos es un grave motivo de preocupación para cualquier hombre prudente. No puede formarse ni una idea aproximada de la responsabilidad que acepta, hasta que se encuentra uno en medio de la calle, con el artilugio trepidante, repentinamente dueño de la vida de los demás. 

lunes, 23 de marzo de 2020

EFECTO SUBMARINO

La obligatoriedad del uso del cinturón de seguridad en España se impuso en 1974 en los asientos delanteros para circular por carretera. Con la entrada en vigor, en 1992 del nuevo Reglamento de Circulación, se extendió a las vias urbanas y a los asientos
posteriores.

Diversas teorías aseguran que su uso reduce entre un 30 y un 60 por 100 la probabilidad de muerte. En otros casos, se afirma que, de no usarse, el riesgo de morir en una colisión se multiplica
por tres.Los datos de efectividad del cintur6n, medidos en reducci6n de muertes, alcanzan el mayor porcentaje en los vuelcos que alcanza un 77 por 100.

Sin embargo, muchos conductores y conductoras lo llevan puesto, pero mal colocado. Esto hace que disminuya su efectividad y en ocasiones hasta agravan las heridas. La colocación correcta del mismo es imprescindible para que cumpla el cometido para el que fue creado.
A una mala colocación se debe el llamado efecto submarino. Es un concepto que se refiere al movimiento que realiza el cuerpo del ocupante de un vehículo por debajo de la banda abdominal del cinturón de seguridad cuando éste se ha quedado holgado o mal abrochado. Se produce, como decimos, a  causa de llevar el cinturón de seguridad holgado y no sentarse  de forma correcta al volante.




En caso de una brusca deceleración por colisión frontal contra otro vehículo o contra un obstáculo fijo, el cuerpo presiona el asiento hacia abajo y se desplaza por debajo de la cinta abdominal sin que ésta pueda protegerlo de forma adecuada. Esto aumenta el riesgo de chocar contra el volante, el salpicadero o la parte baja del habitáculo. Se pueden producir lesiones en espalda y pelvis, rotura de fémur o de la cabeza del fémur, además de hemorragias internas graves.
Para que esto no ocurra además  de conducir correctamente sentado, debes evitar:
 
  • Colocar la banda abdominal del cinturón por encima de los huesos de la cadera, es decir, de la pelvis.
  • Llevar ropa voluminosa, abrigos, plumas, etc.
  • Llevar el cinturón con holgura: mal colocado, utilizar una pinza que lo sujete, usar elementos acolchados en el asiento, etc.
  • Llevar demasiado inclinado el respaldo.
  • Poner en el asiento un respaldo de bolas de madera, esterillas, una toalla, una camiseta, etc.
Todo lo dicho aquí sirve para el asiento del copiloto.   

Paisanos y paisanas, como decía mi amigo El Sindicalista, “que la seguridad vial os acompañe”. Para cuando vengan tiempos mejores y podamos desplazarnos dicho sea de paso.



viernes, 13 de marzo de 2020

CONDUCE SEGURO

ABS  y ESP son dos  sistemas de ayuda tecnológica a la conducción, en especial los días de lluvia. Son dos elementos muy eficaces de la seguridad activa del vehículo.

El ABS es un sistema antibloqueo de frenos; ABS son las siglas de «Anti-lock Braking System», en español «Sistema Antibloqueo de Frenos». Es obligatorio desde 2003. 

Ayuda a detener el coche en menor distancia sin bloquear las ruedas, lo que conlleva el mantener el control de la dirección, algo que no sucede si se bloquean con la frenada  las ruedas directrices. Nuestra recomendación es pisar muy fuerte el pedal, ya que la tendencia de la gran mayoría de los conductores es a aflojar esa presión en cuanto notan que el pedal “retiembla”. El ABS conseguirá la máxima eficacia en la frenada con independencia de la pericia del conductor.

El ESP es un programa de control de estabilidad cuyas siglas suelen responder a Electronic Stability Program; obligatorio desde 2014.

El sistema actúa solo, sin intervención del conductor. Ayuda a que el coche no pierda la trayectoria con firme resbaladizo. Y lo hace detectando la rueda que pierde adherencia y frenando esa y las que sean necesarias hasta corregir la trayectoria errónea, recoloncando el coche su la trayectoria segura.

A pesar, estimado puenteño y puenteña, de que en tu coche actúan eficazmente estos dos elementos,  si los tiene,, recuerda que  “más vale prevenir que corregir”. Esto se consigue con algo tan sencillo como circular a la velocidad adecuada.





viernes, 6 de marzo de 2020

¿POR QUÉ PUEDEN RESTAR PUNTOS DE TU PERMISO DE CONDUCIR?

Muchos son los motivos por los cuales la DGT puede restar puntos de tu permiso de conducir. La infracción por exceso de velocidad es el motivo que se lleva la palma. Pero no es la única infracción por  la que puedes perder puntos.


Por circular, por ejemplo, entre 41km/h y 50 km/h. en vías limitadas a 20 km/h., puedes perder  2 puntos y pagar 300 euros de multa.


Otro ejemplo: Por circular en un tramo con limitación de velocidad de 50 km/h., entre 91 y 100 km/h. te costará 500 euros y 6 puntos.

En el caso de que el exceso de velocidad fuera superior en sesenta kilómetros por hora en vía urbana o en ochenta kilómetros por hora en vía interurbana a la permitida reglamentariamente, el Código Penal lo tipifica como delito y es castigado con la pena de prisión de tres a seis meses o a la de multa de seis a doce meses o trabajos en beneficio de la comunidad de treinta y uno a noventa días, y, en cualquier caso, a la de privación del derecho a conducir vehículos a motor y ciclomotores por tiempo superior a uno y hasta cuatro años.

En alguna ocasión no ha lugar a la pérdida de puntos, porque lo que se pierde es la vida.