Hoy, en plena pandemia, convivimos cinco
generaciones: la generación
silenciosa (los nacidos entre los años 1920-1930), los baby boomers
(nacidos entre los años 1940-1950), la generación X (nacidos entre los años 1960-1970), los millenials (nacidos entre los años 1980-1990) y los más
jóvenes, los de la generación Z.
En cada momento coexisten varias generaciones en un mismo momento, es decir, que en cada
fecha hay grupos de contemporáneos que no son coetáneos. Las generaciones no se
suceden en fila india, sino que se entrelazan, se solapan o ensamblan. El
francés François Mentré dice que las generaciones son como las tejas de un tejado, están imbricadas unas a las
otras.
“Cada generación transmite por la educación un cierto fondo de ideas a la
que la sigue inmediatamente, y mientras este acto de educación o de transmisión
se verifica, la generación educadora está aún en presencia, sufre todavía la
influencia de todos los supervivientes de una generación anterior, que no han cesado
de tomar una parte notable en el gobierno de la sociedad, en el movimiento de
las ideas y los negocios, y que también han perdido toda autoridad doméstica.
La juventud que se inicia en el mundo conserva también, más de lo que su presunción
la lleva a creer, la huella de las impresiones de la infancia, causada por la
conversación de los viejos” (
Julián Marías 1961)
¿Pero, qué
es una generación? Según Ortega y Gasset, una generación puede ser: El conjunto de los que son coetáneos en un
círculo de actual convivencia. El
concepto de generación, según el filósofo, no implica, pues, primariamente más que estas dos notas: tener la
misma edad y tener algún contacto vital.
Y de nuevo
surgen otras cuestiones: ¿Qué significa tener la misma edad? ¿Qué significa
tener algún contacto vital?
La edad,
originariamente y según Ortega, no es una fecha. La edad es, dentro de la
trayectoria vital humana, un cierto modo de vivir. Es dentro de nuestra vida
total una vida con su comienzo y su término: se empieza a ser joven y se deja
de ser joven. La edad, pues, no es una fecha, sino una zona de fechas y tienen la
misma edad, vital e históricamente, no sólo los que nacen en un mismo año, sino
los que nacen dentro de una zona de fechas.
Una generación, se podría decir
también que es un conjunto de
personas que nacen en fechas próximas y crecen en sociedades semejantes y que
se comportan de manera parecida, en alguno sentido.
En cada momento, como es sabido,
conviven varias generaciones, es decir, hay hombres y mujeres, que siendo
contemporáneos, no son coetáneos.
Según
la teoría orteguiana las generaciones tienen una duración de 15 años
aproximadamente. Representan los pasos de la historia, son los sujetos de la
misma zona de fechas.
Todos
somos contemporáneos, vivimos en el mismo tiempo,
en
el mismo mundo y en la misma sociedad, pero contribuimos a formarlo de modo
diferente. Sólo se coincide con los coetáneos. Los contemporáneos no son
coetáneos.
Las
generaciones nacen unas detrás de otras, de suerte que la nueva se encuentra ya
con las formas que la anterior ha dado a la sociedad. Vivir supone para cada
generación una obra de dos dimensiones, una consiste en recibir lo
vivido—ideas, valores, instituciones, etc.— por la antecedente; la otra, dejar
brotar su propia espontaneidad, sus ideas y sus valores intentando imponerlos a
la anterior y la siguiente.
Ortega
dice que hay épocas cumulativas y épocas eliminatorias y polémicas. Las
generaciones de la épocas cumulativas sintieron
una suficiente homogeneidad entre lo que recibieron y lo propio, lo que
aportaban. Los nuevos jóvenes, solidarizados con los viejos, se supeditan a
ellos: en la política, en la ciencia, en las artes siguen dirigiendo los
ancianos. Son tiempos de viejos. Por el contrario, las generaciones de épocas eliminatorias y polémicas, como no se trata de
conservar y acumular, sino de arrumbar y sustituir, los viejos quedan barridos,
arrinconados, como objetos sin valor alguno.
En estas últimas décadas,
a mi modestísimo modo de contemplar el devenir de los acontecimientos, el choque generacional es el más
conflictivo de todos los años que llevo vividos, que no son pocos. Son épocas eliminatorias,
diría yo.
Las nuevas generaciones, son más atrevidas y más insolentes
que sus antecedentes, han surgido con una fuerza extraordinaria, pero sin la
capacidad de asimilación del conocimiento necesario y la pertinente preparación
practica para estar a la altura de sus predecesores. No basta haber estado toda
la vida en política y en la Universidad para llevar a cabo una buena gestión
pública. Me parece que el futuro — a los que le queden — será poco
halagüeño. No es pesimismo es realismo.
Pertenezco a la generación de lo que aquí en España se
ha dado en llamar la generación de los niños de la posguerra. Si dejamos a un
lado los españoles y españolas que vivieron la guerra, somos la generación que
peor suerte ha corrido.
Está compuesta, por
lo general, de personas muy austeras y trabajadoras. Crecimos en la
cultura del esfuerzo y el sacrificio. Gran parte de nuestra existencia fue
bastante dura. Los de mi generación, hombres y mujeres, no se merecen el comportamiento
que están recibiendo. Un porcentaje muy alto, más del 90% de los que han
fallecido son de esa generación, entre los que hay también de la anterior.
Muchos de estos que nos han dejado, por no decir todos, se desriñonaron trabajando para mantener a su
familia, dar un porvenir a sus hijos y levantar un país que carecía de los
alimentos básicos, de buenas carreteras, de medios de movilidad propios y, como
no de internet y de teléfonos móviles. Y
he aquí una burla, una ironía cruel y un gran sarcasmo de la vida; ellos que lo
dieron todo, ahora se están yendo de manera anónima, en soledad, sin nada, ni
siquiera el consuelo y la proximidad de los suyos. Mala suerte. No, no creo que
se merezcan esto y mucho menos esos indignos protocolos que seleccionan por
edad el derecho a seguir viviendo.
De niños nos golpearon las decisiones de los dirigentes
de la Dictadura y de mayores nos golpean las cuestionables decisiones de los
actuales dirigentes. Nos han tocado los
peores dirigentes —sean del color que sean — y en el peor momento para avanzar
en un territorio ignoto: la nueva pandemia.
Hasta que hizo acto de presencia esta maldita enfermedad,
los más mayores — yo distingo tres
grupos: los jóvenes jubilados (65-70 años), los mayores (71-80 años) y los más
mayores (de 81 en adelante) — vienen pasando casi desapercibidos, incluso
ignorados por gran parte de nuestra sociedad, a pesar de que los mayores tenemos mucho que decir
y aportar a esta sociedad nuestra.
Somos invisibles, como si no existiéramos. Aunque
de vez en cuando se vean emotivos gestos, como el que ha tenido la Guardia
Civil de Puente de Génave con Francisco Alguacil por su 96 cumpleaños; un
puenteño que tenía 12 años cuando estalló aquella incívica guerra.
Para las distintas Administraciones Públicas, no
estamos, precisamente, ni en el centro de sus preocupaciones ni de sus presupuestos.
Para los partidos políticos solo somos una
papeleta en la urna; después se olvidan de que existimos. Y qué decir de la
economía y de la sanidad; para la primera un fastidio y para la segunda un
gasto.
Un político de mi generación, Felipe González, sentenció: Quien sólo vale para ser diputado, es
probable que tampoco sirva para eso. Yo añadiría: quien solo vale para ser
político, es probable que tampoco sirva para eso.
Lo he dicho muchas veces y a todos
los que me han querido oir que mi generación no tiene suerte. En la infancia padecimos o fuimos
testigos de la escasez y la hambruna de los años de la posguerra, y en la vejez,
al pertenecer por edad a uno de los grupos de alto riesgo, padecemos o somos
testigos de los mortales ataques del coronavirus. Si todo esto no es tener mala
suerte, “que venga Dios y lo diga”, como decía mi abuelo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario