domingo, 12 de julio de 2020

PERO USTED TIENE UN MONTÓN DE AÑOS


Era nuestro primer día de playa, el de mi mujer y el mío. Nos levantamos temprano. De casa a la playa, no más de diez minutos en coche. Sobre las ocho y  media ya lo teníamos  aparcado justo enfrente de donde solemos colocar la sombrilla y las toallas. Antes de pisar la playa, nos desplazamos hasta una cafetería cercana a tomarnos un café  con churros. Era la primera vez,  de este atípico año, que las  visitábamos, la playa y la cafetería.  Degustamos un café y  unos excelentes churros. Alrededor de las nueve y media ya teníamos montado el “chiriguinto” ,  sombrilla, sillas y toallas. No éramos mucha gente. Todos respetando la distancia “social”. A esas horas, casi todos, gente mayor. Los padres con sus hijos y los abuelos con sus nietos empiezan a llegar una hora o dos más tarde. Dejan que duerman los  niños.

Arena limpia, la mar tranquila y una refrescante brisa que te acaricia la piel. Todo a favor para una relajante mañana de playa. Pero, a veces, el destino nos reserva  sorpresas.


Serían las once y media, y  después de una prudente sesión de sol y un refrescante baño decidimos recoger el “chiringuito”, subir al coche y regresar a casa.


Ya sentado delante del  volante, introduzco la llave de contacto en el mecanismo que procede, la giro y…¡oh sorpresa!, el sistema de arranque no responde; el motor no se da por enterado de que necesito que arranque para regresar a casa.

Si por sistema se entiende el conjunto de elementos que relacionados ordenadamente entre sí contribuyen a alcanzar un determinado objetivo, en este caso sería arrancar el motor del coche, uno de ellos no quiere  relacionarse con el resto.

 En cualquiera de los diferentes sistemas de un automóvil, sea en el de encendido, en el de transmisión, en el de refrigeración o en cualquier otro, hay un conjunto de elementos con una función especifica y que interrelacionados entre sí logran el objetivo propuesto: hacer que salte la chispa en la bujía en el momento preciso y con la intensidad necesaria, hacer que arranque el motor, hacer que la fuerza mecánica del mismo se trasmita a las ruedas motrices, evacuar el calor que produce el mismo y mantenerlo a temperatura adecuada para su correcto funcionamiento etc., etc.

Cada uno de los elementos del sistema están considerados como algo más que simples piezas aisladas. En cada una de esas piezas se nota la influencia de las demás.

Si en los momentos de planificación y montaje del sistema se puede determinar su comportamiento con un pequeño margen de error, se dice, entonces, que el sistema es "determi­nis­tico".  El motor arrancará cuando yo gire correctamente la llave de  contacto, se detendrá cada vez que presione con energía el freno. En cambio, cuando nos encontramos con un sistema que no podemos determinar, sin un elevado margen de error, las relacio­nes entre sus elementos y el comportamiento final se denomina "probabilis­tico”. Asi ocurre con cualquier sistema de educación o de formación.

 Pero volvamos al contratiempo que nos amargó nuestro primer dia de  playa del año del coronavirus.

En vista de los sucedido, llamé a mi compañía del seguro, hablé con el servicio de asistencia, les expliqué lo que pasaba y me dijeron que me enviaban una grúa.

Mientras tanto, mi mujer se desplazó a una parada de taxis cercana para regresar a casa, el coste de la carrera del taxi, seguro que estaría por debajo de los diez euros.

El gruista, un chico joven con cara de “espabilao”, apareció al cabo de una hora y pico.

— ¿Qué le ocurre?— me preguntó con aire de autosuficiencia.

— Creo que me he quedado sin batería — le contesté.

Se queda mirándome y me dice:

— Pero usted tiene un montón de años.

— ¿Cómo? No te entiendo. ¿Qué quieres decir  — le contesté con cara de asombro, aunque él no la viera porque yo llevaba puesta la consabida mascarilla.

— No…nada que es muy mayor.

— Muy mayor para qué. ¿Acaso quieres decir que ya no debiera conducir?

— No, no,… yo no he querido decir eso.

— ¿Entonces?

Sonó su móvil y contestó:
— Te llamo luego, colega.

— Pero ya que has dicho que tengo un montón de años, ¿cuántos  crees que hay en ese montón? — insistí en el tema sin acritud y sin enfado alguno.

— Pues no lo sé— me contestó.

Me pidió las llaves del coche. Abrió el capó y a continuación entró en el coche, giró la llave igual que hice yo, salió y me dijo con aires de un gran experto: 

— Efectivamente, es la batería.

Se desplazó hasta su grúa y trajo un recargador de batería portatil.

— ¿Me lo sujeta?

— Por supuesto.

Conectó las pinzas del recargador a los bornes de la batería, se sentó de nuevo en el coche, giró la llave y el motor arrancó sin problemas.

— Lo que le he dicho, la batería — me dijo mientras recogía su instrumental.

— Ya. Pero ¿cuántos  años crees que hay en ese montón que has dicho? — insistí en el tema sin acritud y sin enfado alguno.

— Pues no lo sé, muchos supongo.

— Te lo voy a decir: tres menos que el cuadrado de nueve.

— ¿Y cuántos son? — me contestó

— Indaga, consulta o pregunta por ahí porque aun estás en edad de aprender muchas cosas— le contesté.

He de reconocer que me apesadumbré más por lo del montón de años  que por el contratiempo de la batería. Aunque he de decir que el trato del chico "espabilao" o fue  correcto y educado en todo momento.





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