Era
nuestro primer día de playa, el de mi mujer y el mío. Nos levantamos temprano.
De casa a la playa, no más de diez minutos en coche. Sobre las ocho y media ya lo teníamos aparcado justo enfrente de donde solemos colocar
la sombrilla y las toallas. Antes de pisar la playa, nos desplazamos hasta una
cafetería cercana a tomarnos un café con
churros. Era la primera vez, de este
atípico año, que las visitábamos, la playa y la cafetería. Degustamos un café y unos excelentes churros. Alrededor de las
nueve y media ya teníamos montado el “chiriguinto” , sombrilla, sillas y toallas. No éramos mucha gente. Todos respetando la distancia “social”. A esas horas,
casi todos, gente mayor. Los padres con sus hijos y los abuelos con sus nietos
empiezan a llegar una hora o dos más tarde. Dejan que duerman los niños.
Arena
limpia, la mar tranquila y una refrescante brisa que te acaricia la piel. Todo
a favor para una relajante mañana de playa. Pero, a veces, el destino nos
reserva sorpresas.
Serían
las once y media, y después de una prudente
sesión de sol y un refrescante baño decidimos recoger el “chiringuito”, subir
al coche y regresar a casa.
Ya
sentado delante del volante, introduzco
la llave de contacto en el mecanismo que procede, la giro y…¡oh sorpresa!, el
sistema de arranque no responde; el motor no se da por enterado de que necesito
que arranque para regresar a casa.
Si por sistema se entiende el
conjunto de elementos que relacionados ordenadamente entre sí contribuyen a
alcanzar un determinado objetivo, en este caso sería arrancar el motor del
coche, uno de ellos no quiere
relacionarse con el resto.
En cualquiera de los diferentes sistemas de un
automóvil, sea en el de encendido, en el de transmisión, en el de refrigeración
o en cualquier otro, hay un conjunto de elementos con una función especifica y
que interrelacionados entre sí logran el objetivo propuesto: hacer que salte la
chispa en la bujía en el momento preciso y con la intensidad necesaria, hacer
que arranque el motor, hacer que la fuerza mecánica del mismo se trasmita a las
ruedas motrices, evacuar el calor que produce el mismo y mantenerlo a
temperatura adecuada para su correcto funcionamiento etc., etc.
Cada uno de los
elementos del sistema están considerados como algo más que simples piezas aisladas.
En cada una de esas piezas se nota la influencia de las demás.
Si en los
momentos de planificación y montaje del sistema se puede determinar su
comportamiento con un pequeño margen de error, se dice, entonces, que el
sistema es "deterministico". El motor arrancará cuando yo gire
correctamente la llave de contacto, se
detendrá cada vez que presione con energía el freno. En cambio, cuando nos
encontramos con un sistema que no podemos determinar, sin un elevado margen de
error, las relaciones entre sus elementos y el comportamiento final se
denomina "probabilistico”. Asi ocurre con cualquier sistema de educación
o de formación.
Pero volvamos al contratiempo que nos amargó
nuestro primer dia de playa del año del
coronavirus.
En vista de los sucedido, llamé a mi compañía
del seguro, hablé con el servicio de asistencia, les expliqué lo que pasaba y me
dijeron que me enviaban una grúa.
Mientras tanto,
mi mujer se desplazó a una parada de taxis cercana para regresar a casa, el
coste de la carrera del taxi, seguro que estaría por debajo de los diez euros.
El gruista, un
chico joven con cara de “espabilao”, apareció al cabo de una hora y pico.
— ¿Qué le
ocurre?— me preguntó con aire de autosuficiencia.
— Creo que me
he quedado sin batería — le contesté.
Se queda
mirándome y me dice:
— Pero usted
tiene un montón de años.
— ¿Cómo? No te
entiendo. ¿Qué quieres decir — le
contesté con cara de asombro, aunque él no la viera porque yo llevaba puesta la
consabida mascarilla.
— No…nada que
es muy mayor.
— Muy mayor
para qué. ¿Acaso quieres decir que ya no debiera conducir?
— No, no,… yo
no he querido decir eso.
— ¿Entonces?
Sonó su móvil y
contestó:
— Te llamo
luego, colega.
— Pero ya que
has dicho que tengo un montón de años, ¿cuántos
crees que hay en ese montón? — insistí en el tema sin acritud y sin enfado
alguno.
— Pues no lo
sé— me contestó.
Me pidió las
llaves del coche. Abrió el capó y a continuación entró en el coche, giró la llave
igual que hice yo, salió y me dijo con aires de un gran experto:
—
Efectivamente, es la batería.
Se desplazó
hasta su grúa y trajo un recargador de batería portatil.
— ¿Me lo
sujeta?
— Por supuesto.
Conectó las
pinzas del recargador a los bornes de la batería, se sentó de nuevo en el
coche, giró la llave y el motor arrancó sin problemas.
— Lo que le he
dicho, la batería — me dijo mientras recogía su instrumental.
— Ya. Pero
¿cuántos años crees que hay en ese
montón que has dicho? — insistí en el tema sin acritud y sin enfado alguno.
— Pues no lo
sé, muchos supongo.
— Te lo voy a
decir: tres menos que el cuadrado de nueve.
— ¿Y cuántos
son? — me contestó
— Indaga,
consulta o pregunta por ahí porque aun estás en edad de aprender muchas cosas—
le contesté.
He de reconocer
que me apesadumbré más por lo del montón de años que por el contratiempo de la batería. Aunque
he de decir que el trato del chico "espabilao" o fue correcto y
educado en todo momento.
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