Las
leyendas urbanas beben de tradiciones ancestrales y revelan los miedos de la
sociedad del momento. “La chica de la curva” es una de esas. Un clásico de las leyendas urbanas que, pese a todos los avances
tecnológicos de hoy, pervive en el imaginario colectivo de muchos conductores.
La leyenda se remonta a los años setenta del siglo pasado, aunque hay quien dice que es mucho más antigua. Al
parecer, en la época que no existía el automóvil, la chica paraba a un jinete o
al mayoral de un coche de caballos. Según ha ido evolucionando el medio de
transporte, ha evolucionado la historia.
En casi todas las carreteras peligrosas del mundo
existe la “chica de la curva”. Casi todos los casos son leyendas urbanas que pasan de generación en
generación y de boca en boca; historia que te cuenta uno al que se la contó su
vecino porque le ocurrió a uno de su
pueblo. No hay nada que pueda indicar que todo se deba a una alucinación, a una
casualidad, o forme parte de un mito o de una historia de miedo o que sea de
verdad.
Una joven cuyo cuerpo y espíritu siguen vagando sin
rumbo por las carreteras del país. Durante todos estos años no han faltado
los testimonios que
dicen haberla visto, pero ninguno ha podido aportar prueba alguna.
Los que han
dedicado tiempo a su estudio concluyen
que se trata de una especie de hada madrina, una figura que ha fascinado al
hombre desde siempre.
Son muchas las leyendas de personas fallecidas que deambulan por las
carreteras, pero esta de la chica de la curva es la que más impacto ha tenido
en los conductores que han quedado pasmados y con los nervios de punta, pero
este hecho, inexplicable hasta el día de hoy erizan nuestra piel sin poder dar
una explicación coherente cuando nos lo cuentan.
En una curva de la carretera que sube a Segura, o en otra tan distante como
las
famosas curvas del Garraf de Barcelona, o en una de la carretera que
lleva a Rio Madera, un amigo de un amigo de su vecino asegura haber visto a la
joven en una noche cerrada.
La narración que me llegó hace algunos años fue de alguien que afirmaba ser
amigo de uno que dijo ser testigo directo. Así me la contó, y así os la cuento:
“Era noche cerrada y empezaba a
llover; nuestro testigo acciona el limpiaparabrisas, desconecta la radio y centra toda su atención en el asfalto que tiene
delante y que se difumina cada vez más por el mal funcionamiento de las
escobillas del limpia. Tengo que cambiarlas, se dijo a si mismo mientras le daba una velocidad más rápida al dispositivo.
A medida que avanzaba se notaba
más y más tenso. Nunca le había gustado conducir de noche y menos con lluvia. Pero
en aquella ocasión no tenía más remedio si quería dormir en casa.
La imagen que acaba de
escudriñar, ya casi a su altura, no encaja dentro de su lógica, pero lo cierto
es que un pensamiento de empatía y solidaridad le hizo detenerse una vez que la
había rebasado. ¡Pobrecilla! Con esa ropa tan veraniega y sin paraguas se va a
poner hecha una sopa en un sitio tan solitario y desolador.
No supo muy bien por qué, pero
un impulso le hizo poner la marcha atrás
y recular unos metros, hasta donde estaba ella. Esta abrió la puerta y con
semblante apesadumbrado le pidió que si podía acercarla hasta el próximo
pueblo. La chica subió y se acomodó en el asiento trasero, el del copiloto
estaba ocupado con una bolsa.
Guillermo, que así se llamaba
nuestro protagonista, puso la primera y enfiló la carretera con su conciencia
tranquila porque creía que estaba actuando correctamente. De haber sido él, en
lugar de la chica, le hubiera gustado que así lo hiciera el primer conductor
que pasase.
Después de recorridos unos
kilómetros, ambos permanecían callados. Pronto llegaron a donde la calzada
empezaba a serpentear. Las curvas eran cada vez más pronunciadas y la chica le pidió
que redujera la velocidad, que tuviera cuidado, que esas curvas eran
peligrosas, que había muchos accidentes y en no pocos casos eran mortales.
— En la siguiente curva me maté yo en una
noche como esta.
Al escuchar semejante
afirmación, un frio hiriente le recorre todo el cuerpo y se percata de lo terrorífico de las
palabras de la chica, y casi sin pensar, pisó a fondo el pedal del freno hasta
detener el vehículo al inicio de la curva.
—¿A mí me vas a dar consejos…?
Soy un conductor excelente, sin ningún accidente en mi historial.
Era la respuesta que iba a
soltarle a la chica, pero no pudo articular palabra alguna porque al mirar por
el espejo retrovisor interior se percató de que no había ninguna chica en el
asiento trasero. Tuvo que girar la cabeza y comprobar que así era.
El terror se apoderó de
Guillermo, que tembloroso apartó su automóvil al lado derecho. Se bajó e
incompresiblemente rodeó el coche a ver si estaba. Anduvo unos metros por
delante y por detrás del vehículo en una absurda busca de la joven, pero como era de suponer no dio resultado. No había
rastro alguno de ella. Se pellizcó la cara por si aquello era un sueño.
Con el susto en el cuerpo
reinicio la marcha a una velocidad más lenta de la que era habitual en él.
Mientras recorría aquellas curvas pensó en parar en el próximo pueblo, buscar
el cuartel de la Guardia Civil y poner el caso en su conocimiento. Pronto lo descartó
y se dijo así mismo: Si lo cuento, lo primero que me harán, antes de tomarme
declaración, es la prueba de la
alcoholemia. ¿Quién me va a creer?
Puso la cuarta y enfilo la
carretera con el deseo de llegar a su casa cuanto antes.
Guardó su secreto durante años por miedo a hacer el ridículo si contaba
aquel esperpéntico e inexplicable suceso. Con el tiempo hasta tuvo dudas de si fue
real aquello que le había sucedido; ¿ fue una aparición o fue una alucinación o
aquello nunca le ocurrió?
Leyenda o no, invención
o fantasía hay opiniones para todos los gustos. Lo cierto es que el
misterio de la chica de la curva sigue sin ser resuelto. La leyenda
se hizo famosa en la década de los setenta del siglo pasado. Desde entonces son muchos los
conductores que aseguran haber llevado una joven que deambulaba por la carretera
en las frías y oscuras noches de invierno.
Nadie sabe a ciencia cierta cómo murió la joven. Algunos afirman que había
muerto al volcar su automóvil, otros que fue atropellada por un camión cuando
iba en su bicicleta; unos la describían rubia y se aparecía con un vestido
blanco, otros que morena y vestía de negro. Pero en cualquier caso ha resultado
imposible dar con un testigo directo de aquel suceso.
Muchos medios se hicieron eco de la noticia como el vespertino Catalunya
Exprés o la revista Blanco y Negro, pero nada se pudo comprobar acerca de la
joven que aparecía, especialmente en las carreteras de Majadahonda (Comunidad
de Madrid). La leyenda sigue vigente.
¿Leyenda, mito o alucinación? No lo sé, pero quien me lo contó, creía ser
cierta. La considero una persona seria equilibrada, culta y poco dicharachera,
pero como él dice, desde que a le contaron el episodio de “la chica de la curva” se sumó
al grupo de aquellos que dicen que no
creen en las brujas, pero que haberlas,
haylas. Yo también me sumo.
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