“Temía hacerme viejo, hasta que comprendí que día a día ganaba
en sabiduría”. (Ernest Hemingway)
La vejez es un hecho biológico. En esto, todos estamos
de acuerdo. Nadie lo pone en duda, pero no podemos olvidar que está estrechamente
ligada al contexto cultural y social de la época. Es la sociedad dominante del
momento la que determina a qué edad y quienes deben ser considerados viejos,
ancianos.
Sociedades pasadas asociaban la vejez con sabiduría porque reunían conocimientos y experiencia de vida. En
las sociedades antiguas los ancianos estaban presentes en los espacios sociales
más importantes.
Sin embargo, en la actualidad, la longevidad no es
valorada por amplias capas de la sociedad,
más bien muestran un fuerte prejuicio hacia esta última etapa de la vida,
manifestando una estigmatización etaria, es decir, por la edad. Dicha discriminación
social, en esta crisis de pandemia, ha llegado hasta la sanidad.
Kornfeld-Matte,
experta independiente sobre el disfrute
de todos los derechos humanos por las personas de edad, ha denunciado desde
la ONU, que los ingresos en UCI y los ventiladores de terapia
intensiva en ciertos centros sanitarios fueron asignados bajo el criterio de edad,
negando así a los más mayores el derecho
a la salud e incluso a la vida. Por ética, para la toma de decisiones
sanitarias no deben ser tenidos en
cuenta criterios que no sean médicos.
Hoy traemos aquí un hermoso poema de Saramago, escritor portugués que
murió, siendo un octogenario avanzado.
Es un poema a la vejez, es un canto al orgullo y al valor de ser mayor. Todos
juntos deberíamos hacer frente a esa parte de la sociedad que con tanta frecuencia
nos discrimina por ser mayores. Ejemplos lamentables, los hemos tenido especialmente
durante esta pandemia.
Los mayores de mi generación, los nacidos
en aquellos tristes años del hambre, somos personas que todavía tenemos inquietudes,
ganas de aprender y usamos las nuevas tecnologías; algunos hasta están presentes en
las redes sociales, son solidarios, hacen deporte, se cuidan, se informan,
tienen criterio, quieren opinar y exigen que se cuente con ellos de manera participativa
y no solo a la hora de votar.
Una buena parte de la prensa, por
ejemplo, caen en edadismo y
usan estereotipos como: elegir fotografías para ilustrar noticias de mayores en
las que estos o estas aparecen tristes o sentados en un banco con la mirada
perdida como si ya no tuvieran motivos para vivir.
Se incurre en generalizaciones, como
llamar abuelos a todos los mayores tengan o no nietos. Se utiliza el término
anciana o anciano, en especial cuando están involucrados en un accidente de
tráfico, más como exponente de una decrepitud física y psíquica que como un estadio
de edad.
“Poema a la vejez”, de José Saramago.
¿Qué cuántos años tengo?
¡Qué importa eso!
¡Tengo la edad que quiero y siento!
La edad en que puedo gritar sin miedo lo
que pienso.
Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso
o lo desconocido…
Pues tengo la experiencia de los años
vividos
y la fuerza de la convicción de mis
deseos.
¡Qué importa cuántos años tengo!
¡No quiero pensar en ello!
Pues unos dicen que ya soy viejo otros
«que estoy en el apogeo.
Pero no es la edad que tengo, ni lo que
la gente dice,
sino lo que mi corazón siente y mi
cerebro dicte.
Tengo los años necesarios para gritar lo
que pienso,
para hacer lo que quiero, para reconocer
yerros viejos, rectificar caminos y atesorar éxitos.
Ahora no tienen por qué decir:
¡Estás muy joven, no lo lograrás!…
¡Estás muy viejo, ya no podrás!…
Tengo la edad en que las cosas se miran
con más calma,
pero con el interés de seguir creciendo.
Tengo los años en que los sueños,
se empiezan a acariciar con los dedos,
las ilusiones se convierten en
esperanza.
Tengo los años en que el amor,
a veces es una loca llamarada,
ansiosa de consumirse en el fuego de una
pasión deseada.
y otras… es un remanso de paz, como el
atardecer en la playa…
¿Qué cuántos años tengo?
No necesito marcarlos con un número,
pués mis anhelos alcanzados,
mis triunfos obtenidos,
las lágrimas que por el camino derramé
al ver mis ilusiones truncadas…
¡Valen mucho más que eso!
¡Qué importa si cumplo cincuenta,
sesenta o más!
Pues lo que importa: ¡es la edad que
siento!
Tengo los años que necesito para vivir
libre y sin miedos.
Para seguir sin temor por el sendero,
pues llevo conmigo la experiencia
adquirida
y la fuerza de mis anhelos
¿Qué cuántos años tengo?
¡Eso!… ¿A quién le importa?
Tengo los años necesarios para perder ya
el miedo
y hacer lo que quiero y siento!
Qué importa cuántos años tengo.
o cuántos espero, si con los años que
tengo,
¡¡aprendí a querer lo necesario y a
tomar, sólo lo bueno!!
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