sábado, 17 de abril de 2021

POEMA A LA VEJEZ...Y OTRAS CONSIDERACIONES

 

“Temía hacerme viejo, hasta que comprendí que día a día ganaba en sabiduría”. (Ernest Hemingway)

La vejez es un hecho biológico. En esto, todos estamos de acuerdo. Nadie lo pone en duda, pero no podemos olvidar que está estrechamente ligada al contexto cultural y social de la época. Es la sociedad dominante del momento la que determina a qué edad y quienes deben ser considerados viejos, ancianos.

Sociedades pasadas asociaban la vejez con sabiduría porque  reunían conocimientos y experiencia de vida. En las sociedades antiguas los ancianos estaban presentes en los espacios sociales más importantes.


Sin embargo, en la actualidad, la longevidad no es valorada por  amplias capas de la sociedad, más bien muestran un fuerte prejuicio hacia esta última etapa de la vida, manifestando una estigmatización etaria, es decir, por la edad. Dicha discriminación social, en esta crisis de pandemia, ha llegado hasta la sanidad.

Kornfeld-Matte, experta independiente sobre el disfrute de todos los derechos humanos por las personas de edad, ha denunciado desde la ONU, que los ingresos en UCI y los ventiladores de terapia intensiva en ciertos centros sanitarios fueron asignados bajo el criterio de edad, negando así a los más mayores  el derecho a la salud e incluso a la vida. Por ética, para la toma de decisiones sanitarias  no deben ser tenidos en cuenta criterios que no sean médicos.

Hoy traemos aquí un hermoso poema de Saramago, escritor portugués que murió, siendo un  octogenario avanzado. Es un poema a la vejez, es un canto al orgullo y al valor de ser mayor. Todos juntos deberíamos hacer frente a esa parte de la sociedad que con tanta frecuencia nos discrimina por ser mayores. Ejemplos lamentables, los hemos tenido especialmente durante esta pandemia.

Los mayores de mi generación, los nacidos en aquellos tristes años del hambre, somos  personas que todavía tenemos inquietudes, ganas de aprender y usamos las nuevas  tecnologías; algunos hasta están presentes en las redes sociales, son solidarios, hacen deporte, se cuidan, se informan, tienen criterio, quieren opinar y exigen que se cuente con ellos de manera participativa y no solo a la hora de votar.

Sin embargo, la imagen de las personas mayores que transmiten una parte de esta sociedad junto con algunos  medios de comunicación no siempre se corresponde con la realidad, y denotan un cierto edadismo.   

Una buena parte de la prensa, por ejemplo, caen en edadismo y usan estereotipos como: elegir fotografías para ilustrar noticias de mayores en las que estos o estas aparecen tristes o sentados en un banco con la mirada perdida como si ya no tuvieran motivos para vivir.

Se incurre en generalizaciones, como llamar abuelos a todos los mayores tengan o no nietos. Se utiliza el término anciana o anciano, en especial cuando están involucrados en un accidente de tráfico, más como exponente de una decrepitud física y psíquica que como un estadio de edad.

“Poema a la vejez”, de José Saramago.

¿Qué cuántos años tengo?

¡Qué importa eso!

¡Tengo la edad que quiero y siento!

La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso.

Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso o lo desconocido…

Pues tengo la experiencia de los años vividos

y la fuerza de la convicción de mis deseos.

¡Qué importa cuántos años tengo!

¡No quiero pensar en ello!

Pues unos dicen que ya soy viejo otros «que estoy en el apogeo.

Pero no es la edad que tengo, ni lo que la gente dice,

sino lo que mi corazón siente y mi cerebro dicte.

Tengo los años necesarios para gritar lo que pienso,

para hacer lo que quiero, para reconocer yerros viejos, rectificar caminos y atesorar éxitos.

Ahora no tienen por qué decir:

¡Estás muy joven, no lo lograrás!…

¡Estás muy viejo, ya no podrás!…

Tengo la edad en que las cosas se miran con más calma,

pero con el interés de seguir creciendo.

Tengo los años en que los sueños,

se empiezan a acariciar con los dedos,

las ilusiones se convierten en esperanza.

Tengo los años en que el amor,

a veces es una loca llamarada,

ansiosa de consumirse en el fuego de una pasión deseada.

y otras… es un remanso de paz, como el atardecer en la playa…

¿Qué cuántos años tengo?

No necesito marcarlos con un número,

pués mis anhelos alcanzados,

mis triunfos obtenidos,

las lágrimas que por el camino derramé al ver mis ilusiones truncadas…

¡Valen mucho más que eso!

¡Qué importa si cumplo cincuenta, sesenta o más!

Pues lo que importa: ¡es la edad que siento!

Tengo los años que necesito para vivir libre y sin miedos.

Para seguir sin temor por el sendero,

pues llevo conmigo la experiencia adquirida

y la fuerza de mis anhelos

¿Qué cuántos años tengo?

¡Eso!… ¿A quién le importa?

Tengo los años necesarios para perder ya el miedo

y hacer lo que quiero y siento!

Qué importa cuántos años tengo.

o cuántos espero, si con los años que tengo,

¡¡aprendí a querer lo necesario y a tomar, sólo lo bueno!!





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