Bertha Ringer, una mujer a recordar.
De no ser por esta mujer, muy posiblemente la marca de automóviles Mercedes Benz no hubiera existido.
El ingeniero, que ya había creado el motor de combustión interna,
venía trabajando hacia unos años para
encontrar la forma de acoplar su motor a un carruaje y crear así el automóvil.
Su principal preocupación era hallar un conjunto orgánico que diera como resultado
un vehículo móvil. Instaló un motor construido por él en un vehículo de tres
ruedas al que llamó Motorwagen. Por la perfecta integración de motor, chasis y
tren de tracción, puede considerarse el primer automóvil verdadero. El 29 de
enero de 1986 solicitó del Gobierno alemán una patente para su triciclo. Éste puede ser
considerado como el primer vehículo motorizado de la historia.
Karl Benz era, sin duda, un inventor brillante, pero casi una nulidad en las finanzas; le faltaba tiempo, dotes y visión empresarial para dar a conocer sus inventos, pero allí estaba su mujer.
En honor a la verdad, la historia de este automóvil no pertenece sólo a Karl Benz. Su esposa Bertha fue fundamental en su promoción y en las mejoras que posteriormente se introdujeron por sugerencias de ella.
La opinión pública era escéptica a la capacidad de funcionamiento de aquellas ruidosas máquinas movidas por “fuerzas extrañas”. También dudaban de su fiabilidad. Bertha se da cuenta de que la empresa de su marido no saldrá adelante si no hay un golpe de efecto inmediato. Quiere promocionar aquel automóvil para que el proyecto de su marido sea viable. Ya le ha ayudado en otras ocasiones. Piensa que el vehículo que su marido ha diseñado y fabricado necesita de una promoción pública que sea gratuita y notoria y dé mucho que hablar.
Si la aventura salía bien y se daba a conocer, las ventas de aquel automóvil podían convertirse en un éxito financiero una vez demostrada su utilidad, fiabilidad, autonomía y viabilidad.
El día 5 de agosto de 1888, Bertha y sus dos hijos, Eugen y Richard se levantan antes del amanecer. A Karl, que duerme plácidamente, le dejan una escueta nota que dice: Fuimos a ver a la abuela a Pforzheim.
Sacan sigilosamente el vehículo del garaje. Lo empujan hasta alejarlo de la casa. Cuando creen estar a suficiente distancia para que Karl no oiga el ruido, arrancan el motor del Motorwagen no.3 y se ponen en marcha. La aventura había empezado.
Como los
tres ocupantes del vehículo ignoran cual es el mejor camino para llegar hasta
Pforzheim, optan por recorrer aquellos
pueblos y caminos que ya conocen. De
modo que en vez de tirar hacia el sur para coger el más recto y más corto, toman el camino hacia Weinheim, por el
noreste, y una vez allí se dirigen hacia
el sur. Llegaron a casa de la abuela al anochecer. La duración del viaje no fue
excesiva teniendo en cuenta que aquel vehículo no llegaba a superar los 17
kilómetros por hora y la cantidad de incidencias a las que Bertha tuvo que
enfrentarse.
Nada más llegar a su destino, Bertha
envía un telegrama a su marido para
comunicarle que tanto ella como los
chicos estaban bien y que el viaje había sido un éxito.
El comportamiento de esta mujer en
aquel viaje fue equiparable al que hubiera tenido el mejor de los chauffeurs de principios del siglo XX.
No sólo manejó adecuadamente los mandos de aquel automóvil guiándolo con
pericia por aquellas difíciles carreteras, sino que fue solucionando todo tipo
de incidencias mecánicas que se le fueron presentando.
Al llegar a la ciudad de Wiesloch,
observa que en el depósito de combustible del triciclo queda poca ligroina,
el combustible que empleaba el automóvil. Hoy, esta circunstancia no es un
problema, pero sí lo era entonces. No se habían inventado las gasolineras.
Bertha buscó una farmacia donde encontró esta sustancia y adquirió la
suficiente para continuar su azaroso viaje. Hasta tres farmacias tuvo que
visitar en el trayecto de ida y otras tantas en el de vuelta. La capacidad de
aquel depósito sólo era de 4.5 litros.
También necesitó de los servicios de
un herrero para reparar la cadena de transmisión. Otro problema que se repite
durante el viaje es el de la refrigeración del motor que se lleva a cabo por el
principio de termosifón. El motor dispone de una envoltura por la que circula
el agua como medio refrigerante. Ésta se evapora y para seguir refrigerando se
necesita reponer el circuito de agua por lo que hay que buscar fuentes y, a
falta de estas, recurrir a alguna que otra charca.
Pero no todo, en el viaje, serán
problemas. Bertha tiene la suerte de que sus ruedas no sufran pinchazos. Las
traseras son aros de metal y las delanteras de goma maciza. Sin embargo, un
considerable número de repechos del camino se convierten en un tormento, sobre
todo para los chicos que han de bajar del vehículo y empujar. Los pocos más de
dos caballos de potencia que desarrolla aquel motor no son suficientes para
subir buena parte de aquellas rampas. Sus desarrollos son insuficientes, sólo dispone de dos velocidades hacia
adelante. Hasta siete repechos se encontraron. Aquel motor no desarrollaba la
fuerza necesaria para coronarlos con sus tres ocupantes a bordo del
vehículo.
Pocos
días después de haber culminado el viaje de ida, inician el de regreso. Esta
vez por una carretera más sencilla y casi en línea recta con la ciudad de origen. También, en
el regreso, le surgen problemas, unos ya
conocidos y otros nuevos como el natural desgaste del revestimiento de las
pastillas de freno que soluciona buscando a un zapatero en Bauschlot. El
revestimiento era de cuero.
En
un punto del trayecto se obturan los conductos que llevan el combustible al
motor. Bertha los limpia con el alfiler de su sombrero. A falta de cinta adecuada para aislar un
cable de encendido utiliza, unos dicen que una de sus medias y otros que
una de sus ligas. El talento y
la imaginación de esta mujer encuentran solución a cualquier problema que el Motorwagen presenta.
Aquel viaje, de ida y vuelta, fue un hito en la
historia del automóvil y un acontecimiento sensacional para la época. La proeza
se divulga con rapidez. Los escépticos se convencen de la fiabilidad del
vehículo. Bertha no sólo había conseguido ser la primera mujer que realiza un
largo viaje a los mandos de un automóvil, sino que había puesto en boca de todo
el mundo las excelencias del automóvil
que había patentado su marido. Bertha había logrado su objetivo.
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